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21 de octubre de 2009

~ El Revolucionario Proyecto del Conde de Aranda para América

Basta profundizar un poco en el conocimiento de la historia de España para llegar a una triste conclusión: los malos gobernantes que hemos tenido a lo largo de los siglos, más interesados en su fortuna personal o en el disfrute de los placeres terrenales que en el gobierno de la nación.

Pues bien, esta afirmación encuentra escasas pero notables excepciones como es el caso del protagonista de este post: El Conde de Aranda.

Pedro Pablo Abarca de Bolea nació en el castillo de Siétamo en el seno de una ilustre familia aragonesa. Se educó en el Seminario de Bolonia (Italia) y en Roma. Siendo muy joven realizó muchos viajes por toda Europa recibiendo una sólida y liberal formación que pronto hizo que se le identificara con los filósofos y enciclopedistas.

El conde de Aranda es considerado como una de las personalidades más discutidas de la historia de España del siglo XVIII y puede encuadradarse en el grupo de personajes que representan el reformismo ilustrado español.

Voltaire llegó a decir de él ''con media docena de hombres como Aranda, España quedaba regenerada''.

Su labor política daría para varios post pero hoy voy a centrarme en una de sus propuestas, para mi la más revolucionaria: la división de las colonias americanas en tres estados independientes y la unión con España en una gran Federación.

En 1783, tras la independencia de los incipientes Estados Unidos, Aranda enviaba estas asombrosas recomendaciones a Carlos III:

“..Que V.M se desprenda de todas las posesiones del continente de América, quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar este vasto pensamiento de un modo conveniente a la España se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el otro de Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando VM el título de Emperador. (…)“

El proyecto es tremendamente interesante. ¿Qué viable hubiera sido la formación de esta Federación de naciones hispanas? Lamentablemente el conde no fue escuchado y el proyecto fue ignorado. Sin embargo, las consideraciones que esgrimió para ello no carecían en absoluto de sentido:

«La independencia de las colonias inglesas queda reconocida, y éste es para mí un motivo de dolor y temor. Francia tiene pocas posesiones en América, pero ha debido considerar que España, su íntima aliada, tiene muchas, y que desde hoy se halla expuesta a las más terribles conmociones...». Y más adelante: «Jamás han podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A esta causa, general a todas las colonias, hay que agregar otras especiales a las españolas, a saber: la dificultad de enviar los socorros necesarios; las vejaciones de algunos gobernadores para con sus desgraciados habitantes; la distancia que los separa de la autoridad suprema, lo cual es causa de que a veces trascurran años sin que se atienda a sus reclamaciones... los medios que los virreyes y gobernadores, como españoles, no pueden dejar de tener para obtener manifestaciones favorables a España: circunstancias que reunidas todas no pueden menos de descontentar a los habitantes de América moviéndolos a hacer esfuerzos a fin de conseguir la independencia tan luego como la ocasión les sea propicia.

Respecto a la nueva nación americana: «esta república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aun coloso temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento... El primer paso de esta potencia será apoderarse de las Floridas a fin de dominar el golfo de México. Después de molestarnos así y nuestras relaciones con la Nueva España, aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable establecida en el mismo continente y vecina suya».

Aranda describia con más de 100 años de antelación la realidad a la que se tuvo que enfrentar el recién independizado México en la Guerra contra los Estados Unidos en 1846.

Discurriendo este gran hombre de Estado sobre los medios que convendría emplear para evitar las grandes pérdidas que preveía, proponía al Rey el establecimiento de tres infantes españoles en los dominios de América como reyes tributarios, uno en México, otro en el Perú, y otro en Tierra Firme, tomando el rey de España el título de Emperador, y conservando para sí solamente las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte septentrional, y alguna otra que conviniera en la meridional.

Los Infantes y príncipes disponibles para 1783 en la Corte de Madrid eran:

· Maria Josefa; (1744–1801)
· El futuro Carlos IV; (1748–1819)
· Fernando; (1751–1825).- Futuro Fernando IV de Sicilia
· Gabriel de Borbón; (1752–1788).- Uno de los príncipes más ilustrados de la época.
· Antonio Pascual de Borbón; (1755–1817).- Quien desempeñaría un honroso papel en la Guerra de Independencia.

Los nuevos soberanos y sus hijos deberían casarse siempre con infantas de España o de su familia, y los príncipes españoles se enlazarían también con princesas de los reinos de Ultramar.

«De este modo -decía- se establecería una unión íntima entre las cuatro coronas, y antes de sentarse en el trono cualquiera de estos príncipes debería jurar solemnemente que cumpliría con estas condiciones».

Entre las ventajas que resultarían de este plan contaba la de la contribución de los tres reinos (que habían de ser, una en oro, otra en plata, y otra en géneros coloniales), la de cesar la continua emigración a América, la de impedir el engrandecimiento de las colonias, o de cualquiera otra potencia que quisiera establecerse en aquella parte del mundo, el aumento de nuestra marina mercante y militar, y añadía: «Las islas que arriba he citado, administrándolas bien y poniéndolas en buen estado de defensa, nos bastarían para nuestro comercio, sin necesidad de otras posesiones, y finalmente disfrutaríamos de todas las ventajas que nos da la posesión de América sin ninguno de sus inconvenientes».

Las consideraciones que esgrimió para este proyecto de radical cambio en la concepción de España sobre sí misma no carecían de sentido y mucho menos eran discordantes con la realidad existente en la Europa del siglo XVIII, dada la necesidad de asegurar el poderío de un imperio basado en intereses comerciales —según se denota en la retención de Cuba y Puerto Rico—, que además, en el caso español, traería mayores beneficios, siendo que en los citados reinos ya existía una sociedad organizada, culturizada y homogeneizada por la cultura española y la religión católica.

Aranda daba, además, como razones para la federalización el claro descontento entre los criollos y la comunidad en general en América tras las reformas emprendidas que no fueron recibidas con gusto por los súbditos. Asimismo, era claro que los americanos deseaban tener participación activa en el gobierno de sus territorios y evitar la llegada de mandamases enviados desde Madrid que poco o nada tenían en común con la forma de vida de los territorios ultramarinos y, en ciertos casos, sólo llegaban a las colonias para enriquecerse amparados ante el capricho de válidos y ministros poderosos que no hacían llegar al Rey las quejas sobre el desempeño de sus protegidos.

Una prueba de que las ideas del Conde no eran alejadas de la realidad política de los súbditos americanos, es la proclama del Plan de Iguala por don Agustín de Iturbide y Arámburu el 24 de febrero de 1821, donde, tras la independencia de México, se ofrecía la corona del Imperio Mexicano al entonces Fernando VII o a algún otro príncipe de la Casa de Borbón española.

Desgraciadamente todo el revolucionario plan no solo no fue ignorado por el rey sino que, a la larga, causó que el propio Aranda cayera en desgracia siendo sustitudo por Manuel Godoy, amante de la reina Maria Luisa, el Conde fue desterrado primero a Jaén y luego a Épila donde murio en 1798.

Apenas 100 años después de la muerte de Aranda, América era un continente de naciones libres y Estados Unidos arrebataba España sus últimas posesiones coloniales en el desastre del 98.


Resulta inevitable, cuando uno lee las premonitorias palabras del Conde de Aranda, dejar volar la imaginación sobre como podría haber cambiado la historia, si Carlos III se hubiese decidido a llevar a cabo este increible proyecto de Conmonwealt a la Española, ese visionario proyecto para cambiarlo todo sin que nada cambie:

¿Un desembarco de tropas hispanoamericanas en Cádiz en ayuda de la España ocupada por Napoleón?, ¿Una triple entente contra Estados Unidos en la guerra del 98?, ¿Hubiesen los Estados Unidos entrado en guerra contra México en 1846 o se habrían decantado por la expansión hacia el norte, hacia territorios británicos?

¿Qué os parece el plan de Aranda? ¿Os atrevéis a especular con que ''hubiese pasado''?



Fuente1:
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4 comentarios:

HPR dijo...

Enhorabuena! Por fin he tenido ocasion de visitar tu web. Muy buen artículo!

helmer dijo...

Buena historia,

lástima que gente con esa altura de miras no haya sido escuchada por nuestros monarcas de pacotilla ¡y eso que Carlos III no era de los peores precisamente!

joder dijo...

Solo quería decirte que aunque no comente habitualmente, me encanta tu blog, es mi favorito de historia.

L. de Guereñu Polán dijo...

Aprovecho este buen artículo para recordar a Alexandre Herculano, historiador portugués adalid del iberismo en el siglo XIX. No deja de ser curioso que el iberismo tuviese más adeptos en Portugal que en España.