Las Islas Canarias fueron en la Antigüedad el límite del mundo conocido. Tartesios y fenicios debieron de ser los primeros en avistarlas; su existencia llegó más tarde al conocimiento de Historiadores y Geógrafos clásicos como Plutarco, Plinio el Viejo o Ptolomeo, quienes se referían a ellas como Las Islas Afortunadas.
Sin embargo no fue hasta la revolución marítima de la Edad Media cuando varias expediciones, la primera por marinos genoveses, llegaron a las costas canarias en busca de riquezas, esclavos y también para difundir el cristianismo.
La primera visita documentada fue la de Lanceloto Malocello que, en 1312 se estableció en Lanzarote, permaneciendo en ella durante casi veinte años.
Los navegantes mallorquines tuvieron especial protagonismo en estos primeros contactos, sus informaciones sirvieron de base para el Atlas Catalán de Abraham Cresques de 1375 donde aparecía por primera vez el nombre de Islas Canarias.
Los primeros en intentar conquistar las Islas fueron los aventureros normados Juan de Béthencourt y Gadifer de la Salle en el año 1402,
Juan de Béthencourt
Se establecieron en Lanzarote, y desde allí realizaron expediciones a El Hierro y Fuerteventura.
Los clerigos Pedro Bontier y Juan Le Verrier escribirian la crónica de esta aventura, Le Canarien, primera documentación escrita sobre la conquista de Canarias y la única información disponible sobre el modo de vida de los nativos a la llegada de los primeros conquistadores.
Debido a las dificultades y a la hostilidad de los indígenas, producto de decenas de expediciones europeas en busca de esclavos, Béthencourt viajó a Castilla en busca de apoyos.
Enrique III, consciente de la importancia estratégica del archipiélago, otorgo a Béthencourt el señorío sobre las Islas, de esta manera la Corona de Castilla afirmaba sus derechos sobre Las Canarias.
Durante los siguientes 70 años las islas fueron una constante moneda de cambio entre nobles castellanos, quienes heredaban, vendían y comerciaban con los derechos sobre el archipiélago. Distintas invasiones portuguesas intentaron sacar provecho de esta situación de incertidumbre.
La situación cambio en 1479. Ese año los Reyes Católicos y Alfonso V de Portugal firmaron el Tratado de Alcaçovas donde ambos reinos se repartieron los territorios atlánticos, Castilla se adjudicaba de esta forma el control de las Canarias.
La conquista tomaba entonces una nueva dimensión con la intervención directa de la Corona.
El primer objetivo fue Gran Canaria. Los reyes compraron los derechos sobre esta isla a Don Diego Garcia de Herrera por cinco millones de maravedíes y ya en 1478 empezaron a llegar los primeros soldados al mando de Juan Rejón quien estableció el campamento de sus tropas en un pequeño palmeral, origen de la actual ciudad de Las Palmas.
En el interior de la isla los guanartemes (título de los reyes indígenas) Semidán y Doramas presentaron una feroz resistencia a los castellanos. En 1480, debido a sus escasos éxitos, los Reyes Católicos deciden sustituir a Juan Rejón por Pedro Vera, el nuevo comandante desarrollará una nueva táctica contratando mercenarios indígenas de la Isla de La Gomera, estos, acostumbrados al terreno, la climatología y la forma de combatir de los nativos llevaron a la eliminación del caudillo Doramas, quien según las crónicas pidió ser bautizado poco tiempo antes de morir, y a la captura en 1483 del guanarteme Semidán terminando de esta forma la conquista de la isla.
Enviado a la Península se convirtió al cristianismo, tomando el nombre de Fernando Guanarteme, volvió años más tarde a la isla recompensado con amplios dominios en calidad de vasallo de la Corona Castellana.
La siguiente isla en caer fue la de La Palma. Alonso Fernández de Lugo firmó un acuerdo con la Corona por el que se comprometía a conquistar la isla en el plazo de un año a cambio de setecientos mil maravedíes y el título de adelantado. En 1492 desembarcó en la isla al mando de 900 castellanos y un numeroso grupo de indígenas convertidos quienes no tardaron en capturar al jefe nativo Tanasú, conducido a la Península, el caudillo indígena se dejo morir de inanición en el trayecto.
La última etapa del proceso de conquista iba a ser la más complicada, la ocupación de la isla de Tenerife y de sus habitantes: los Guanches.
Fernández de Lugo se hizo cargo de la empresa, para la que reunió 30 navíos, 190 caballeros y un millar de infantes.
En cuanto desembarcaron en la isla, en 1494, Fernández de Lugo intentó llegar a acuerdo con los distintos líderes guanches (llamados menceyes) ganándose para su causa a algunos de ellos, sin embargo, el principal caudillo de la isla, de nombre Bencomo, no se plegó a las condiciones castellanas manifestando su intención de resistir a los invasores.
Cuando los castellanos se internaron en la isla para acabar con la resistencia, Bencomo les tendió una emboscada en el barranco de Acentejo, en el actual municipo de La Matanza, en la que cientos de soldados castellanos perdieron la vida.
Fernández de Lugo, malherido, pudo huir y refugiarse en Gran Canaria donde rapidamente empezó a organizar el siguiente asalto.
En noviembre de 1494 Lugo y sus hombres volvian a desembarcar en Tenerife, en los llanos de Aguere, en la Laguna, donde volvieron a enfrentarse a los Guanches. Bencomo cometió el error de presentar batalla abiertamente y en una zona llana a los castellanos, en esas condiciones estos eran tremendamente superiores.
La caballería y los refuerzos aportados por el convertido Fernando Guanarteme, fueron decisivos para la victoria castellana. 1.700 guanches, entre ellos Bencomo y su hermano Tinguaro quedaron muertos en el campo de batalla.
En diciembre de 1495, tras un largo periodo de guerrilla, saqueos y parálisis bélica, los castellanos volvieron a penetrar en el interior de la isla. Varios miles de guanches los esperaban en un barranco cerca del actual municipio de La Victoria de Acentejo, no lejos de donde se produjo la Primera Batalla de Acentejo.
La victoria castellana en la Segunda Batalla de Acentejo, decidió la conquista de la isla de Tenerife y el punto final de la conquista de las Islas Canarias.
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